Editorial

Té de menta en el jardín

Johanni Larjanko 
Redactor jefe

 

 

 

 

 

Fuera de la fresca sala de reuniones, un hombre está regando el jardín. Se escucha un sonido silbante mientras ­rocía los arbustos, las flores y el césped, que resplandecen con el sol. Estamos sentados en la Facultad de Ciencias de la Educación de Rabat, Marruecos. Varios gatos merodean por el sector. Los pájaros gorjean, pero por lo demás el campus está muy apacible. Estoy bebiendo a sorbos un maravilloso té de menta marroquí, endulzado con varias cucharadas colmadas de azúcar para acentuar su sabor.

A primera hora del día, miles de alumnos de pedagogía han marchado por la ciudad hacia el Ministerio de Educación para exigir sus derechos. Horas antes también hemos celebrado una sesión de análisis a fondo en la que se han intercambiado comentarios y opiniones sobre nuestra edición anterior. Volvió a rondar en mi mente el tema de la dificultad de escribir editoriales para una revista de alcance mundial, pues siempre corro el riesgo de limitar mi perspectiva a lo que yo sé, a la visión que yo tengo del mundo.

Para ser ciudadano del mundo hay que poseer algunas habilidades muy específicas.

Ha llegado la tarde. Acabamos de concluir un debate muy prolongado e intenso en el consejo editorial, acerca del tema del próximo número. Son dos las palabras centrales que han surgido durante nuestra discusión: habilidades y competencias.
Ocurre algo curioso con respecto a las habilidades. Cuando poseemos una, es algo que consideramos natural, como caminar, hablar, montar en bicicleta, leer. Me cuesta imaginar la posibilidad de que no sepa hacer alguna de esas cosas. Son componentes tan inseparables de la persona que soy que me resultaría difícil hacer una distinción entre mis habilidades y yo.
En el plano intelectual, comprendo que existen millones de personas que no saben nadar, leer, escribir o montar en bicicleta. Pero desde el punto de vista emocional y personal, es algo que no puedo concebir. Tal vez se deba a que, por ejemplo, la lectura o la escritura no son habilidades que se adquieran y se olviden, sino que las aprendemos una vez, las empleamos, pero no las podemos desaprender así como así.

Si bien no es fácil comprender la realidad de alguien que carece de las habilidades básicas, es un desafío que afrontan comúnmente los educadores de adultos. No puedo pretender saber cómo se sienten ustedes, qué cosas saben, o cuáles son sus necesidades. Pero debo intentarlo, y ustedes han de hacer lo propio.

Así es como percibo la situación. Una aptitud debe ser parte integrante de nuestro ser, pero no puede determinar lo que valemos. No soy mejor que nadie, independientemente de nuestros respectivos niveles de habilidad. La vida no es una competición. Mis habilidades solo adquieren sentido cuando se emplean para ayudarlos a ustedes y viceversa. Como criaturas vivientes de este planeta, todos estamos conectados. Qué significa ello en la práctica y cómo influye en la educación de adultos es lo que analizamos en esta edición.

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